Herencia geopolítica del colonialismo
La reciente votación del Congreso Peruano, modificando de hecho un acuerdo limítrofe con Chile, llevó a la primera plana de los diarios un centenario conflicto.
La “Guerra del Pacífico” (1879-1883), que más bien debiéramos llamar “Guerra del Salitre”, las disputas entre las elites chilenas, bolivianas y peruanas, y los intereses de Gran Bretaña como la potencia impulsora del capitalismo durante el Siglo XIX se encuentran en el origen del resentimiento nacionalista de bolivianos y peruanos contra la república de Chile.
Brevemente, en 1879 estalló la disputa por los territorios de Tacna y Tarija, ricos en guano y salitre, productos codiciados la primera potencia industrial del mundo.
Si bien esta zona estaba bajo dominio formal de Bolivia, empresas chileno británicas tenían el dominio efectivo de la zona. Un conflicto impositivo llevó a una escalada diplomática y militar que culminó en conflicto armado.
Bolivia solicitó y obtuvo el auxilio de Perú, país al que lo vinculaba un tratado secreto, pero fundamentalmente la desconfianza común respecto de la actitud de la clase dirigente chilena.
Luego de cuatro años de guerra el ejército de ese país ocupó Lima. Tratados posteriores quitaron la salida al mar a Bolivia, produjeron el derrumbe de la economía peruana y entregaron buena parte de la zona salitrera al país vencedor. Cabe acotar que ni las economías de Bolivia y Perú en aquella época tenían el volumen y la solidez de la chilena, ni mucho menos fuerzas militares tan bien equipadas y preparadas.
Podría construirse como hipótesis sumamente realista que triunfó la burguesía local que mejor supo organizar su estado nacional y tejer la alianza con el imperio británico.
Pues bien, hoy el rol de Gran Bretaña lo ocupa su ex colonia, los Estados Unidos de Norteamérica. Y el presente encuentra a cada uno de los países en situación diversa respecto de su integración a la economía mundial “globalizada”.
Chile es permanentemente presentado por los órganos de la prensa de negocios mundial como el ejemplo a seguir por los países en desarrollo. Una economía sumamente abierta, concentrada en la producción de commoditties, fundamentalmente agrícolas. Aunque el cobre, su principal exportación (el “salario de Chile” como lo denominó Salvador Allende) sigue siendo producido y exportado por CODELCO, una empresa del Estado, que ni Pinochet se atrevió a privatizar.
A partir del retorno a la democracia en 1989, ha estabilizado su sistema político. Estos éxitos macroeconómicos e institucionales no pueden ocultar la profunda regresividad en la distribución de la renta, con los consiguientes elevados índices de pobreza, ni la vulnerabilidad que una economía fuertemente volcada al comercio mundial y a la producción primaria tiene ante la volatilidad de la economía planetaria.
Bolivia, la gran derrotada de la “Guerra del Salitre”, podría considerarse su contracara. En los últimos 5 años su sistema de partidos se pulverizó, repudiado por las mayorías populares, víctima de la altísima corrupción de sus políticos, que no escatimaron esfuerzos en entregar todo patrimonio nacional a manos extranjeras.
Sucesivos levantamientos populares, contra la privatización del agua, y por la nacionalización de su principal recurso natural, el gas, eyectaron a dos presidentes del “Palacio Quemado”, liquidaron la credibilidad del Congreso Nacional y proyectaron al líder del movimiento de los cocaleros, un descendiente de indígenas y dirigente del Movimiento al Socialismo, Evo Morales, como el potencial vencedor de la contienda electoral del 18 de diciembre. Su planteo es utilizar las divisas generadas por el gas para impulsar el desarrollo y socializar sus beneficios, en un país donde el 80% de la población es pobre.
En una situación intermedia encontramos a Perú. Su sistema político salió mal herido del período “Fujimorista”, que en la práctica fue una dictadura reaccionaria, conservando las apariencias republicanas. El actual presidente, Alejandro Toledo, un economista neoliberal, descendiente de indígenas, quien encabezó un poderoso movimiento que derrotó en las urnas a Fujimori, hoy no puede presentar candidato a las elecciones del año que viene, por el inexistente nivel de popularidad en las encuestas. Sus principales producciones son la pesca, los minerales e hidrocarburos.
Comparte con Bolivia y Colombia la producción de hoja de coca como una de las actividades económicas fundamentales, pero que no puede ser reconocida oficialmente, precisamente por presiones de los Estados Unidos, que insiste en la política de erradicación de cultivos. Una forma de atacar las consecuencias, y no las causas, que se encuentran en la demanda de la población de los países desarrollados.
La cuestión nacional reivindicativa de los territorios perdidos a manos de Chile es muy fuerte, fundamentalmente en Bolivia. La denuncia sobre el envío a los Estados Unidos de 30 misiles tierra-aire de origen chino que realizó Evo Morales, y que le pueden costar un juicio político al actual presidente Rodríguez y su ministro de defensa, se inscriben en un factor poco señalado de la última revuelta boliviana: la reivindicación de la salida al mar, el concepto de defensa nacional, y la negativa de la mayoría de los bolivianos a que el gas de su país se comercialice por puertos chilenos, que les pertenecían en el siglo XIX.
En definitiva, este conflicto, originado en la disputa entre las burguesías locales por dos recursos, el guano y el salitre, que en su momento fueron valiosos en el mercado capitalista mundial, hoy alimentan la disputa por recursos naturales mas relativamente más modernos, como los energéticos y alimenticios. Cabe preguntarse si este común denominador de dependencia, atraso, pobreza y subdesarrollo que padecen los habitantes de estos tres países ameritan anteponer las miserabilidades de las élites, a proyectos de integración regional que privilegien el desarrollo sustentable, la distribución más equitativa de la riqueza y el respeto a las diversidades culturales.